Vivir con un trastorno de la alimentación
Sobre lo que supuso para mí vivir durante tantos años sumida en esta enfermedad y cómo ha moldeado mi vida y la persona que soy hoy
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Retrato en analógico de Susan Ross
Todas esas mujeres que lo viven en silencio
Hay cosas que no se ven aunque muchas veces se intuyen.
Hay cosas que no se dicen pero que sabemos.
A lo largo de mi vida me he cruzado con muchas mujeres que he sentido y visto que o bien habían padecido algún trastorno de alimentación o aún incluso estaban con ello, viviéndolo y atravesándolo. A veces por su aspecto, a veces por su manera de vincularse con la comida, sus gestos y comentarios, su sensibilidad o ciertos rasgos de personalidad…
Cómo empezó todo
Mi problema, mi trastorno de alimentación, empezó a mis 12 años. Temprano.
No me veía bien cuando me miraba al espejo. Me sentía incómoda en mi cuerpo. Odiaba cuando en la escuela nos tomaban fotos. A diario me costaba elegir qué ropa ponerme para sentirme cómoda y no querer esconderme tras algo o alguien. Prefería la soledad e intimidad de mi cuarto, de mi cama, del estar tumbada y escondida debajo del nórdico que salir afuera, al mundo, a la calle, y ser vista.
Esa incomodidad, acumulada por años, hizo que quisiera con todas mis fuerzas adelgazarme. Empecé varias dietas. Lo intenté en varias ocasiones pero no funcionaba. Dejaba la restricción que me hubiera impuesto y volvía a comer con normalidad. Así por más de una vez hasta que lo logré. Hasta que me mantuve fiel a mi dieta y de comer menos, pasé a no comer apenas nada. Me llevé a lo extremo.
De hecho enfermé en muy poco tiempo. Dejé de comer casi del todo y de todo.
Solté el pan, la pasta, los hidratos de carbono en general. Por supuesto todos los dulces (que tampoco antes comía apenas), dejé de comer todo aquello que sentía más amenazante pero cuando empiezas a dejar de comer y vas adelgazando, cada vez te es más fácil seguir bajando las cantidades, tu cuerpo se acostumbra, tu cuerpo ya no tiene hambre ni capacidad de ingerir y tu mente te lleva a más. Lo que antes era complejo, ahora es fácil, ahora fluye, ahora lo das por hecho y es tu camino de vida.
Un camino en el que no se come, se hace infinito deporte u ejercicio, empiezas a aislarte y a pasar más y más tiempo a solas para que no vean dónde te estás metiendo y nadie te cuestione o fuerce a nada.
Me adentré en un infierno. Me sentía mal. Y nunca era suficiente. Suficiente delgadez, tampoco la cantidad de menos que comía era nunca suficiente, debía comer siempre menos… ni suficiente deporte, tampoco me sentía lo suficientemente bonita…
Me adentré en un camino de exigencia y perfección extrema que no sólo estaba en mi cuerpo y aspecto sino también en lo que hacía que por aquel momento era estudiar. Me exigía ser la chica excelente e ideal. La perfecta.
Estaba sometiéndome a diario, a mí misma, un nivel de estrés inhumano.
Todos esos años
Fue durísimo y muy largo.
Por años lo negaba.
Por años huía de confrontarme con ello. Pero al final, terminé asumiéndolo aunque sin saber cómo salir de ahí adentro. Con miedo a moverme hacia la salud porque eso significaba perder el control al que me había llevado, a la restricción que según mi mente, me llevaba al cuerpo deseado, un cuerpo al que nunca llegaba porque quería más y más delgadez, menos kg en la báscula y en mi cabeza. Y a más peso perdía, más alejada estaba de la realidad y de la cordura. De la sensatez y del bienestar.
Un camino de no saber, de no encontrar, de no hallar la ayuda que necesitas
Di muchas vueltas. Vi a cientos de especialistas, estuve ingresada en el hospital, en casa no sabían qué hacer conmigo, había tanta información y al mismo tiempo tan poca y contradictoria que estábamos completamente perdidos.
Me acuerdo que yo deseaba salir de eso, salir de ese agujero, desesperada, no teniendo ninguna esperanza porque, ¿cómo iba a salir de ahí? ¿Cómo iba a poder vivir de nuevo una vida normal?
No comía, hacía mucho ejercicio de escondidas, estaba obsesionada con el peso y la imagen, me aislaba de todos y del mundo, estaba irascible y iracunda, no dormía ni descansaba, apenas me sentaba…
El impacto de la enfermedad en ti y en los demás
Este tipo de enfermedades son extremadamente agresivas, duras, disruptivas.
Arrasan contigo, con la familia, con los amigos…
En casa hubo muchísima crisis a raíz de esto que duró muchísimos años.
Y en mí. Soledad, desesperanza, desolación, lucha constante, rigidez, descontrol, malos pensamientos, bucles mentales, obsesión…
Pero logré salir. Lo logré como muchas otras personas lo han logrado y lo siguen haciendo. Porque se puede. Es posible.
Diré que con mucha búsqueda. Paciencia. Trabajo interno. Con personas a tu lado.
Y en mi caso particular con la escritura, que siempre me acompañó y estuvo a mi lado.
Con prácticas que a mí me resonaron y me cambiaron la vida, el Yoga sin duda para mí.
Y muchas de las cosas que siempre menciono (meditación, rituales en general, tiempo en silencio y a solas…).
Mi experiencia recogida en un libro
A raíz de trabajar en mi segundo libro, que justamente recoge este testimonio personal y que cuenta mi historia en particular con la enfermedad, he seguido colocando cosas.
En este artículo te hablaba de él,
Se dice que este tipo de enfermedad, que es también una adicción (al control, a la comida…), es como muchas otras adicciones y te acompañan de por vida y una mantiene una relación particular con el elemento de la adicción, en este caso la comida. Así es para mí y muchas mujeres que conozco y a las que he acompañado en éste viaje (algo que hago a través de sesiones individuales).
Siempre habrá una relación “especial” con ello. Y no significa que deba ser mala pero sí distinta.
A día de hoy como y me vinculo con la comida de un modo saludable y equilibrado. He aprendido mucho de alimentación y he vivido distintas fases, comiendo o no comiendo ciertas cosas en función de mis valores, mis necesidades, mi nivel de apertura, y por supuesto, en función de mis creencias, que me limitaron infinitamente durante los años más duros y que algunas, han tardado en irse más de lo que desearía. “Es curioso” como al mismo tiempo de estar publicando mi historia, muchas de esas creencias se están desvaneciendo y estoy pudiendo seguir avanzando en mi camino de sanación, volviendo a comer cosas que hace más de una vida que no comía.
Mi propia evolución me ha llevado a moverme de lo extremo a lugares más flexibles y con ello a liberarme cada vez más. Una evolución y viaje que no termina, que sigue y que me hace más y más yo misma cada día.
Ojalá mis palabras de este texto así como las de mi libro “La vida puede ser poesía” publicado con Ibera Ediciones inspiren, nutran y te den esperanza si es lo que necesitas porque como ves, sí, la vida puede ser poesía y de lo más oscuro podemos caminar hacia la luz.
Un abrazo inmenso,
Con cariño.
Anna
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Gracias Anna, por compartir… Cuando lees algo que te pellizca… ya se sabe. “Esto de la comida” (como se le suele llamar)… siempre está con nosotras… solo vale saber convivir y que no nos gane… Y contigo es más llevadero 😘
Gracias, Anna. Siempre tan inspiradora. Que estés muy bien! Un abrazo y mi más sincera enhorabuena por tu segundo libro.